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Alegato por Cajamarca

Publicado: 2012-07-12

Los hechos ocurridos en Cajamarca han desatado una oleada de emociones políticas y sociales que sería bueno intentar desentrañarlas desde frentes menos absolutistas. El trasfondo de esta crisis, una más de las innumerables que aquejan al país y que para algunos liberales son manifestaciones naturales del crecimiento, daños colaterales, alteraciones inevitables que buscan reacomodarse ante el avance inminente del progreso, reside en elementales nociones de la existencia humana. De nada sirve que nos convenzan de las virtudes de la tecnología de punta o que nos aseguren el mejor tratamiento de las aguas y manantiales, o que todo vaya en aras de la mejor y más adecuada redistribución de los recursos; no puede funcionar ninguno de los argumentos esgrimidos por el gobierno, por los medios de comunicación masiva o por la opinión pública educada cuando el asunto, finalmente, no está circunscrito al ámbito racional sino al de la intuición.

Dicen que el mejor gobernante es el que sabe que es lo mejor para el pueblo sin que incluso este lo sepa

Al contrastar las noticias que se no presentan a diario solemos someterlas al criterio de nuestra realidad, del paradigma de nuestra propia vida. Si este paradigma está profundamente condicionado por una forma de entender las cosas nos resultará improbable que surja la empatía. Los sucesos en el norte del país serían, según los liberales comunitaristas, la probable consecuencia de la ausencia reivindicativa del reconocimiento y los efectos de lo que Taylor llama las tres formas de malestar de la modernidad: El individualismo, el uso de la razón instrumental y la mecanización de la sociedad.

Esta tríada contingente de Taylor es el resultado de un modelo de pensamiento comprometido con los derechos individuales amparados por un estado neutro y de un abuso sistemático de la moral universalista que llevado a sus últimas consecuencias deviene en una completa ausencia del sentido de la vida. Suponer la palabra independiente del lenguaje, ignorar la naturaleza esencialmente dialógica del ser y traspasar las fronteras de las esferas particulares para ejercer el predominio y la hegemonía de un bien por encima de otros (Walzer) conlleva a fracasar cualquier intento por explicar los procesos sociales.

Cajamarca adolece hoy en día del impacto de un capitalismo que le llega tarde, que la tomó de improviso luego de dos décadas de crisis y terrorismo y que la dejó en manos de la empresa que detenta el historial más cargado de irregularidades y atropellos de la región. Hoy, ellos, los “antimineros”, hablan con palabras de un lenguaje que no quiere ser interpretado. Cada 10 dólares de aumento en el precio internacional del oro significan 35 millones de dólares más de utilidad para la empresa. El tiempo es oro en ese paradigma hegemónico y eurocéntrico, – suficiente para taponearse bien los oídos y decir “no entiendo” – las minorías no son legitimadas, la razón universal es clara con sus principios; lo que es bueno para mí debe ser bueno para el otro. Y uno se pregunta, ¿es razonable operar bajo estas premisas cuando la globalización es un panóptico desde el cual el resto del mundo nos observa? ¿Es estratégico atropellar opiniones divergentes en nombre del desarrollo y del crecimiento? ¿No es más prudente tomarse el tiempo debido para solucionar las crisis sin exhibir la barbarie y la violencia en cadena mundial y luego, en circunstancias más apacibles, extraer la riqueza?

La respuesta proviene de analizar las variables de temporalidad. El largo plazo está subordinado al corto. El crecimiento económico comprende una dimensión diferente del tiempo del que lo supone el reconocimiento y la empatía. Un año dedicado al ejercicio del diálogo, cuanto menos, y al ordenamiento minero es demasiado para el mercado. La justicia procedimental, la moral universalista, la ética discursiva nos dictan otras premisas. La redistribución está antes, la necesidades económicas son lo primero, luego vendrá el reconocimiento. Claro, todo esto tendría sentido si el planeta, y los recursos, no fueran finitos; si el fin justificara los medios.

Cuando nos convencemos de que el conflicto en Cajamarca es eminentemente social dejamos de insistir en justificar lógicamente los argumentos a favor del peritaje. También dejamos de ejecutar el reconocimiento erróneo, del que habla Nancy Fraser, al tildar a cada manifestante, o activista de antiminero, radical y violentista (En todo caso, “la política es radicalidad y la historia es transacción” Jose Carlos Mariategui invocado por Santiago Pedraglio en una conferencia reciente en la PUCP para explicar que pactar es el resultado inminente de un proceso político)

Al hacer este trascendental acto de comprensión deberíamos ser capaces de entender que el multiculturalismo, el derecho colectivo y la libertad “situada” no pueden ceñirse a interpretaciones racionales universalistas. Las intuiciones toman múltiples formas para llenar los vacíos interpretativos y es así como un rondero, acreditado en una coyuntura particular por el estado para enfrentar a la subversión termina siendo, en otro contexto, “enemigo del estado de derecho” al no poder hacer inteligible su protesta por carecer de los códigos del discurso comunicativo del sector dominante. Sabe que algo está mal, su intuición se lo señala así, pero no llega a estructurar conceptualmente eso que está mal con el rigor que su interlocutor en el poder le exige. Él, al igual que otras minorías no reconocidas, posee legítimamente las razones de la injusticia y esa certeza que ayer lo llevó a tomar las armas contra sendero hoy lo enfrenta, en otra esfera de la justicia, a la minera.

Aquí es cuando la enorme ausencia del estado y sobretodo de un partido político, esencialmente involucrado con los profundos temas sociales, se desborda. No hay quien tome esas voces de reclamo y las canalice ordenadamente hasta el gobierno central. Hay que interpretar ese grito caótico y desordenado para saber si lo que se tiene es hambre o dolor, o frío o temor, o necesidad. El descontento se atomiza, la igualdad simple nos engaña, hay que acercarse más.

La compasión, la solidaridad, la empatía y el reconocimiento irrumpen por la puerta falsa del edificio del contractualismo cuando el horizonte moral es desconocido por el pensamiento predominante. Ahora ya no es suficiente lo que antes parecía serlo. Las contingencias humanas, que siempre han mellado la justicia social del liberalismo redistributivo al no problematizar la explotación y la mercantilización del individuo y su sociedad, perdieron a su voz defensora luego de verse dramáticamente enterradas en un laberinto oculto debajo de una nube negra luego del desmoronamiento de los países del bloque comunista, laberinto del que aún les cuesta salir renovados y con el nuevo rostro que la post modernidad les exige.

El fracaso de un modelo – el comunismo – no desvirtúa la validez de sus preocupaciones en la misma medida en que el fracaso de la aplicación de un modelo en uno o en determinados países no desvirtúa la capacidad del modelo en sí. (Es el caso de los estados de bienestar en el que con el mismo criterio de reconocimiento erróneo se ha intentado poner a todos en un mismo saco; Alemania y los países nórdicos son la clara muestra de los casos exitosos de la socialdemocracia frente a Grecia y los países mediterráneos, que aún sin ser precisamente estados de bienestar, se les etiqueta para buscar la polaridad emblematizándolos por no haber logrado sacar adelante, o en todo caso sostener, sus economías apuntaladas por ambiciosos programas sociales y cuando el diagnóstico más bien supone una corrupción endémica, un ineficiente manejo de sus recursos, etc.)

Si tu fotografía no es buena es porque no te has acercado lo suficiente (Robert Cappa)

Entonces ¿nos quedamos absortos frente a la bifurcación que señala por un lado a las políticas de reivindicación redistributivas y por el otro a las de reconocimiento? Nos entrampamos en lo que “algunos defensores de la primera, como Richard Rorty, Brian Barry, y Todd Gitlin, insisten en que la política de la identidad es una diversión contraproducente de las cuestiones económicas reales, que balcaniza los grupos y rechaza unas normas morales universalistas” (Fraser 2008; 89) o por el otro lado Charles Taylor, Michael Walzer e Iris Marion Young al insistir “en que una política de redistribución que haga caso omiso de las diferencias puede reforzar la injusticia, universalizando en falso las normas del grupo dominante, exigiendo que los grupos subordinados las asimilen sin reconocer en grado suficiente los aspectos característicos de estos” (Fraser 2008; 89) En el primer caso la economía se alza como el único argumento válido de la lucha política mientras que en el segundo lo hace la transformación cultural.

Cajamarca se debate hoy entre estos dos frentes cuando la labor de análisis exige más bien enfocarse en su reconciliación. En lo que Fraser llama el carácter bidimensional de la realidad. Por un lado clarificar los principios y conceptos generales de justicia y por el otro vigilar que las particularidades de los casos concretos se respeten y estén amparados en los criterios que la igualdad compleja supone (la subjetividad de lo múltiple)

Comprender la complejidad de las relaciones humanas demanda un acercamiento fenomenológico indispensable dada la movilidad de los procesos sociales y sus constantes cambios. Integrar todas las variables nos obliga a subir a la montaña más alta para divisar el panorama general y a la vez volver al llano a defender las autonomías y corregir los errores inmediatos (el todo y las partes). Descuidar ambos espectros de la justicia conduce por un lado al riesgo de la dominación mediante el dinero y el poder y por el otro a un aislamiento improductivo y fundamentalista de las minorías y de los grupos periféricos.

Le sentiment de l’existence

El hombre es un animal político, su identidad está vitalmente relacionada a los lazos sociales y a su tradición histórica. Le sentiment de l’existence de Rosseau induce al alma a abandonar las pasiones sensibles y terrestres que la agitan y la encadenan impidiéndole el disfrute del encanto de la paz. Hay que traer a la intuición de vuelta, recuperarla. Tomarse demasiado en serio la vida en un sentido individualista – cuando manifiestamente es inducida por algún mecanismo interesado – resulta inútil . Priorizar y poner límites conduce al equilibrio, el entusiasmo por el diálogo al balance. El camino más sensato para Cajamarca y para el país, para todos, es el reconocimiento constante del otro, la empatía, la capacidad de adecuación y de comprender que la auténtica libertad nunca puede estar subordinada al progreso, ni a las necesidades más excelsas de la razón, ni a un bien hegemónico voraz. Ni a nada que atente contra todo lo que le sentiment de l’existence* representa.


Escrito por

Alfredo Rusca J.

algunos apuntes libres, liberales, libertarios y libertinos. <desde la zona de confort.


Publicado en

El cazador de conejos

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